Imaginemos meter en una coctelera a “Félix el gato”, Meliès, Eisenstein y Salvador Dalí. ¿Qué podría salir de este batiburrillo? Un brebaje loco y maravilloso que marcó el trabajo de uno de los cineastas más potentes que hayan existido en el ámbito de la animación experimental: Norman McLaren.



«Mi primer contacto con el cine ocurrió cuando tenía siete años. Un vecino que se mudaba quiso deshacerse de algunos enseres y se presentó en mi casa con una caja que contenía un pequeño proyector y algunas tiras de film. Estas tiras me atrajeron inmediatamente… por su olor».

Norman Mclaren nace en Stirling, Escocia, en 1914. Su padre, pintor y decorador, potencia en él una sensibilidad estética especial que comienza a gestarse durante su infancia, época en la que, como todos los niños, vive fascinado con los cortos de Disney y Pat Sullivan. Dispuesto a seguir los pasos de su progenitor, ingresa en la Glasgow School of Art para estudiar interiorismo, aunque sus intereses creativos tomarán otros derroteros antes de finalizar el primer curso.

The Kinecraft Society, organización perteneciente a la escuela y dedicada a la producción de modestas piezas audiovisuales a cargo de estudiantes, acoge a un jovencito obsesionado con el cine de Pudovkin deseoso de trastear con una cámara. Aquellos primeros cortometrajes realizados con muy pocos medios despuntan entre los demás, como el documental “Seven Till Five” (1933), donde Norman retrata el día a día del ambiente universitario.

“Cuanto menos dinero tienes, más imaginación le pones”. La máxima de McLaren como cineasta amateur le brinda sus primeros premios y menciones en la prensa local como “el pequeño genio de la escuela de arte».
Dos importantes factores regirán su concepción del cine desde entonces: la experimentación y su especial interés por jugar con el montaje. Un ejemplo de esto es “Camera Makes Whoopeee” (1935), la primera obra donde introduce una técnica conocida como “pixelation” o lo que es lo mismo: stop motion protagonizado por humanos y realizado a partir de cortes entre fotogramas que provocan una nueva sensación de movimiento, muy al estilo de los cortos de Meliès.
Creatividad al poder, optimización de medios disponibles y muchas ganas de diversión determinan estos primeros años en la carrera de Norman McLaren. El siguiente hito que definirá su cine se basa en el descubrimiento de una nueva forma de hacer animación, consistente en dibujar, rasgar y colorear formas directamente sobre el celuloide. Sin miedo, sin prejuicios, gestando una manera de producir aparentemente naif pero extremadamente escrupulosa y casi matemática en cuanto a desarrollo. Forma y color trazan un nuevo camino para un devenir artístico donde primará el soporte como medio de expresión, yendo más allá del simple entretenimiento.


Gracias a “Hand-painted Abstraction” (1933), Norman entra en la British General Post Office Film Unit de Londres. Y, trabajando allí, entabla amistad con John Grierson (padre del documental social), quien se lo lleva a España en plena Guerra Civil para trabajar como operador de cámara en la película de Ivor Montagu “Defensa de Madrid”.
“Sabía que la Segunda Guerra Mundial era inminente. Había vivido de cerca la guerra en España y la experiencia me había sacudido profundamente. Sus heridas me dejaron una huella indeleble. No me sentía capaz de soportar una experiencia similar, así que me mudé a NY”.

El paso de Norman McLaren por América se traduce en un período de buscavidas donde combina varios trabajos como decorador y muralista en casas adineradas, con su faceta de productor de cine de propaganda antinazi. En cuanto a su carrera como creador audiovisual, puede resarcirse llevando a cabo algún que otro encargo, como el spot navideño de la NBC o un conjunto de piezas para el museo Guggenheim presupuestadas a 100$ cada una. Una vez más, los recursos ajustados servirán para sacar el máximo jugo al ingenio del escocés que, privado de los medios para acompañar aquellos cortos de una banda sonora decente, optará por llevarla a cabo él mismo.
El método, tan punk como espontáneo, guarda mucho que ver con la técnica de dibujo que ya venía aplicando con éxito en obras anteriores. Gracias a la manipulación directa de la banda de sonido, rasgando sobre la pista óptica, McLaren consigue cruzar cine y música en un asombroso ejercicio de experimentación sonora.
“La animación no es el arte de los dibujos que se mueven, sino el arte del movimiento que se dibuja”.

El acompañamiento de sus piezas con sus propios sonidos centra la obsesión del cineasta por el movimiento y, especialmente, por la danza. Cuando, de nuevo, su amigo Grierson lo recluta para trasladarse a Canadá y formar parte de la National Film Board, McLaren monta su primer estudio de animación. Un lugar repleto de mecanismos fabricados a medida, equipos extrañamente sofisticados y de alumnos que, como él, sienten una especial fascinación por el cine como una categoría más de arte contemporáneo.



Fuertemente atraído por las artes plásticas, McLaren solía comparar su vínculo con la animación como la de un pintor con un lienzo en blanco. Pablo Picasso, uno de sus máximos admiradores, alababa su obra alegando que “al fin, alguien hace algo nuevo”.
Entre los referentes de Norman McLaren, además de la danza, las películas de dibujos, la música o pintores varios, se encuentra un fuerte compromiso político (cuando tenía 21 años, su padre le había pagado unas semanas en Rusia para persuadirlo de lo peor del comunismo, cosa que no hizo más que reafirmar sus convicciones). Esta sensibilidad se refleja en la pieza de temática pacifista “Neighbours”, ganadora de un Oscar en 1952. Uno de los dos actores que participan en el film es su colega Grant Munro, gran profesional de la animación.
Otro de sus cortos más conocidos es “Blinkity Blank”, ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes en 1955. Un pincel, una aguja de coser, emulsión negra y acuarelas de colores fueron las únicas herramientas para dar lugar a esta obra maestra.
El collage es una de las técnicas empleadas en títulos como “Le Merle” (1959) donde recortes realizados en folios de papel recrean la figura de un pajarito que se compone y descompone al ritmo de la música. La banda sonora, esta vez sí, fue producida de forma independiente.
La década de los 50 resulta muy prolífica. Producir, investigar y enseñar centran la atención del inquieto cineasta escocés, que compagina su labor en Canadá con una colaboración con la UNESCO basada en viajes intermitentes a China e India para impartir cursos de animación a niños. Compartir sus hallazgos es un afán que queda plasmado en la serie “Animated Motion”, un genial manual para cualquier interesado en cine de animación, sonido y movimiento.
Algunos de sus trabajos posteriores, como «Synchromy» (1971) evocan un juego cromático y sonoro estéticamente increíble y actual. Color y ritmos de electrónica generados por el autor reflejan su maestría en cuanto a las técnicas artesanales.
Por no hablar de nuevos títulos donde la danza cobra otra dimensión.
En 1986, tres años después de su jubilación, McLaren fallece en Quebec de un ataque al corazón y el edificio de la NFB toma su nombre. Numerosos estudios destacarán una filmografía donde no hay un solo tropiezo. Su trayectoria ha sido fuente de inspiración para otros artistas, como Truffaut o Stanley Kubrick. Autores fascinados con 50 pequeñas joyas creadas por un cineasta de animación que también fue, a su manera, un poeta y un científico.
