Por Inés Díaz Campos
En 1978, la industria musical británica estaba estancada. El punk había explotado un par de años antes, y el público pedía algo nuevo, algo con más sentimiento. Una adolescente de Kent supo ver el potencial de lo que este género había despertado en la gente, y quiso aprovecharlo. Esto, sumado a su innovadora visión de la sexualidad femenina fueron el origen de un álbum que 42 años después sigue sonando a novedad. Esta es la historia de cómo una joven introvertida llegó a dominar la escena musical en una época en la que el mundo era un gran boy’s club.
Kate Bush empezó a escribir canciones a los 11 años, firmó su primer contrato a los 16 y lanzó su álbum debut a los 19. Es una de las compositoras más prolíficas de la escena inglesa y su legado se puede ver en artistas contemporáneas que la han citado como su mayor influencia, incluyendo a Bat for Lashes, PJ Harvey, Alison Goldfrapp, Charli XCX, Rosalía, Grimes o Solange. La inglesa es una artista completa: compositora, provocadora pero con sustancia, cantante de voz etérea, narradora de historias surrealistas y bailarina interpretativa.
Rufus Wainwright: “Es la hermana mayor que todo hombre gay desearía. Conecta con nosotros porque vive al margen del mundo real”.

UNA NIÑA SOLITARIA Y SENSIBLE
Nacida en 1958 en una familia católica de clase media, Bush estuvo en contacto con las artes desde muy pequeña. Su madre, enfermera, era también bailarina y su padre, médico de cabecera y pianista. Según su familia, era una niña brillante que aprendió a tocar el piano ella sola a los 11 años. También era curiosa y quería hacer de todo: durante un tiempo estudió karate en el Goldsmiths college de Londres.
Sus padres tenían un armonio en un granero detrás de su casa, y ella se pasaba horas practicando e inventando melodías. Veía una lógica en el piano que no encontraba en las asignaturas del colegio, sobre todo en sus odiadas matemáticas. A pesar de ser extrovertida, no tenía muchas amistades, y cuando empezó a escribir canciones decidió no contárselo a nadie, por vergüenza. Define este descubrimiento musical como “una forma de liberar toda aquella energía que sentía dentro de mí”. La cantante confesó sentirse mayor desde los 10 años, algo que la llevó a percibir un paternalismo constante por parte de los adultos durante toda su juventud.
“No era una niña tranquila o despreocupada, ya que solía pensar demasiado y lo sigo haciendo”.

CUANDO KATE DEJÓ DE BAILAR
Está demostrado que las niñas, incluso las más espabiladas y extrovertidas, sufren una enorme pérdida de autoestima al alcanzar la adolescencia. Dejan de levantar la mano en clase, por miedo a ser ridiculizadas o envidiadas. Empiezan a tomar consciencia de su lugar en el mundo, del peligro de ser mujer, y descubren el pudor por un cuerpo que hasta ayer era invisible. Se vuelven las unas contra las otras. Buscan los defectos en las que eran sus amigas, los exponen al resto, deseando ser aceptadas.
Para ella, este bajón llegó al estudiar en la escuela de St. Joseph’s Grammar en Bexley, en el sureste de Londres. Antes de empezar, la idea del colegio le hacía ilusión. ¡Por fin podría llevar uniforme! Pero pronto se dio cuenta del ambiente cruel y tóxico de su clase. Al percibir su sensibilidad, sus compañeras le hicieron bullying. Vivió estos años en una soledad desesperante. Dejó de bailar, empezó a colarse por chicos mucho mayores que ella que no la correspondían. Siguió escribiendo y cantando en privado, por miedo a que la marginasen aún más en clase.
“Tenía tal exceso de emociones que necesitaba desahogarme, y lo hice escribiendo”.

UNA VOZ DE OTRO MUNDO
Así que canalizó estos sentimientos abrumadores en su música. En 1975, sus padres se dieron cuenta de su potencial y grabaron una cinta con más de 50 canciones con la grabadora Akai que tenían por casa. La enviaron a varios sellos discográficos, pero todos la rechazaron. Su padre decidió entonces pedir un favor a su amigo Ricky Hopper, que tenía contactos en la industria musical. Este le envió la cinta a David Gilmour, de Pink Floyd, que se obsesionó con esa voz que no se parecía a ninguna otra. Una voz que venía de una joven que ni siquiera estaba al tanto de la existencia de su banda psicodélica porque no escuchaba música contemporánea a esa edad.

Impresionado por la superioridad de la maqueta, Gilmour pagó por la grabación de tres canciones en el verano de 1975, en los estudios londinenses de AIR. Kate firmó con EMI un año después, pero decidieron posponer el lanzamiento del disco hasta que fuera un poco mayor. Al fin y al cabo, toda su experiencia tocando en público venía de la granja familiar en Welling.

Le pagaron un adelanto que se gastó en clases de danza interpretativa y mimo, mientras seguía escribiendo canciones y tocando en pubs de Lewisham con su hermano Paddy y la KT Bush Band. Llegó a tener preparadas 100 canciones. Una vez se pusieron a grabar, durante seis semanas del verano de 1977, la artista lo tenía claro: iba a experimentar a nivel vocal, lírico y musical, y quería participar en la producción porque creía que para tener una visión total lo tenía que hacer todo ella misma.
LA JOVEN PRODUCTORA
“Quiero que mi música se imponga. Pocas mujeres consiguen hacerlo”.
La forma en la que irrumpió en el mundo y lo que la hizo una figura tan radical fue el ángulo con el que veía y expresaba la sexualidad femenina. En una industria en la que la mirada masculina era la única que importaba y las mujeres eran vistas como meros objetos sexuales, esta joven adolescente estaba más interesada en descubrir cómo el sexo la transformaría a ella. Su manera de provocar era a través de la sexualidad y el deseo explícito, pero sin ser jamás sumisa.

“Ser un objeto sexual es un incordio, a menos que sea relevante al rol que yo interprete en cada canción”.
La artista se mete en la piel de sus personajes y explora estos temas en canciones como «Wuthering Heights», basada en la novela «Cumbres Borrascosas». Ni siquiera había leído el libro cuando la escribió, sentada al piano en su apartamento londinense una noche invernal de luna llena. Conocía la historia y le fascinaba la idea de esa relación tan intensa entre Heathcliff y Cathy, que ni la muerte podía romper. Por otro lado, en la canción que da título al disco, le da la vuelta al mito de la creatividad femenina siempre unida a la maternidad, cantando desde el punto de vista de una joven embarazada de su hermano, planteándose el suicidio. Sentía curiosidad por saber hasta dónde nos puede llevar el deseo.
Bush terminó eligiendo 13 canciones de las 100 que había escrito. Era un disco largo para la época, así que se aseguró de incluir suficiente variedad de ritmos para que no resultara tedioso. En sus vídeos parece maníaca, bailando y saltando con los ojos abiertos como platos. Pero, durante la grabación del disco, procedía con una profesionalidad impropia de su edad. Los que trabajaron con ella en el estudio, sobre todo el productor Andrew Powell, se dieron cuenta pronto de que un fenómeno había nacido. Desde ese momento, ya no habría forma de pararla. Por su parte, Kate se considera afortunada por haber podido expresarse todo lo que quiso, sobre todo al ser su primer disco.
«The Kick Inside» abrió la puerta para todos los artistas, pero especialmente para las mujeres en la industria musical, a experimentar de manera más radical en su trabajo sonoro y visual.

BONUS TRACK: THE PHOENIX RECORDINGS
¿Y qué pasó con el resto de las canciones de la maqueta? En 1982, John Dixon, un DJ radiofónico de Phoenix que había trabajado para EMI y se había hecho con las cintas, las presentó en su programa de radio. Desde entonces, rondaron los mercados de contrabando y los rincones más oscuros de Internet hasta que en 2012 se lanzó en Japón un disco de manera no oficial titulado «The Phoenix Recordings». No es fácil de conseguir, pero muchas de las canciones, como las que enlazamos aquí, se pueden encontrar en Youtube. La mención especial va para «The Gay Farewell», que cuenta una trágica historia de amor entre dos hombres, un tema todavía tabú cuando fue escrita en 1976.