Hockney en la ópera

Corría 1966 cuando la revista “Time” publicó el artículo “London, the Swinging City”, acuñando sin pretenderlo un nuevo movimiento de contracultura juvenil surgido con la finalización de la II Guerra Mundial. Ese mismo año, los Beatles iniciaron en Abbey Road la grabación de “Revolver” y escuelas de arte como Slade o Central Saint Martin’s acogieron a nuevas promociones de pintores y escultores que alcanzarían reconocimiento internacional. Entre ellos, resonaba un joven referente: David Hockney, que entonces hacía sus pinitos como diseñador de decorados teatrales. El enfant terrible de Bradford se había graduado en la Royal School of Arts en 1963 y desde entonces vivía a medio camino organizando exposiciones entre Inglaterra y su adorada California.

Intuición y juego eran los pilares sobre los que Hockney asentaba una sensibilidad artística ciertamente pop, formalmente próxima al expresionismo abstracto. La obsesión por el espacio ya se palpa en aquellos inicios surtidos de panorámicas donde la presencia humana, casi diluida, refleja a veces de forma paródica, a veces reflexiva, su relación con el mundo.

El universo brillante y plano tan característico del artista conquistará una tercera dimensión gracias a su colega, el director teatral Alfred Jarry, quien le encarga el diseño de los decorados y el vestuario para la obra “Ubu Roi”, estrenada en 1966 en el Royal Court Theatre de Londres.

“El mundo del teatro tiende a pensar que un artista con nombre no cooperará lo suficiente, pero en mi caso entiendo la necesidad de escuchar las ideas todo el mundo, no se trata de no estar a favor de obra”.

“Si necesitase algún detalle especial que no pudiese resolver yo mismo, querría en mi equipo al mayor experto en la materia. No deposito jamás mi confianza en cualquiera”.

Aún contando con una favorable respuesta, “Ubu Roi” sufrió serios problemas que paralizaron su continuidad, esencialmente por lo poco práctico que suponía el ser representada en otros espacios y por parte de otras compañías artísticas. Pasarán ocho años hasta que David Hockney vuelva a proyectar sus ideas sobre un escenario.

“Cada trimestre estudiábamos una obra de Shakespeare a fondo, lo que da como resultado quince en el total de cursos que está uno en la escuela. Además, si te portabas mal, como era mi caso todos los días, el castigo de los profesores consistía en escribir varias veces las alusiones clásicas presentes en cada volumen de Shakespeare que nos tocase en ese momento. Así que sí, creo que sé algo de teatro”.

El Glyndebourne Opera Festival le brindará una nueva oportunidad en 1974 con “El progreso del libertino”, obra de Stravinsky dirigida por John Cox. Alabada masivamente por el público, será la lanzadera para otro proyecto aún más ambicioso: “La flauta mágica” de Mozart, estrenada dos años más tarde en el mismo festival, también bajo los mandos de Cox e igualmente merecedora de grandes críticas.

«El progreso del libertino»
«La flauta mágica»

“A finales de los 40 siempre había algo diferente que ver en el teatro de Bradford. Estaba lleno todas las noches. Lo sé porque desde los diez años hasta los veinte fui dos o tres veces a la semana con mi padre, casi siempre para ver a la Orquesta Halle o a la Sinfónica de Yorkshire. No teníamos gramófono en casa. A veces poníamos la BBC en la radio, pero éramos siete y escuchar música era misión imposible”.

«My Parents» – 1977

<<Mi primera vez en la ópera fue con la compañía de Carl Rosa representando “La bohème”. Fue impresionante, un espectáculo maravilloso, me alucinó. Sonaba muchísimo mejor que la orquesta residente de Bradford o, mejor dicho, el quinteto>>.

Gracias a las impresionantes creaciones para “El progreso del libertino” y “La flauta mágica”, Hockney ganará la confianza suficiente para explotar todos sus conocimientos artísticos de una forma más amplia. Instala en su estudio una inmensa simulación de escenario con amplios telones donde pasa noches en vela haciendo trucos de iluminación, sonido y atrezzo, poniendo a prueba cada idea que inicialmente plasma en pequeñas maquetas de cartón.

La conquista de nuevos desafíos creativos también conducirá de forma natural a la incursión de nuevas temáticas en su imaginario, siendo la música algo esencial. Haber nacido con sinestesia (como Klee o Mondrian), le permitirá traducir el sonido en brillantes colores que plasmar sobre el lienzo.

Y llega “Parade”. La consagración definitiva del Hockney escenógrafo tendrá lugar en 1979 de la mano de John Dexter, director de producción de la Metropolitan Opera House (NY), quien pondrá en sus manos la adaptación de esta trilogía iniciada por un título homónimo de Erik Satie a la que acompañan “Los pechos de Tiresias” de Poulenc y “El niño y los sortilegios” de Ravel. Un trabajo muy especial teniendo en cuenta que en su producción de 1917 había contado con Jean Cocteau a la dirección y con su adorado Picasso como escenógrafo. La influencia de este último estará muy presente en esta ópera y en otras tantas obras.

«Cubist (American) boy with colourful tree» – 1964

Todo el universo que compone “Parade” no surgirá de manera premeditada, más bien a partir de sencillos dibujos creados sin demasiadas pretensiones, algo acorde con un profesional que siempre ha defendido su rol de ilustrador por encima del de creador de iconografías. A partir de este encargo se puede percibir, por primera vez, como el vínculo entre pintura y escenario se estrecha más que nunca. Los espacios y figurines realizados en acuarela para esta trilogía acabarán “saltando” a los cuadros, pasando a habitar un nuevo universo plástico.

«Parade»
«Los pechos de Tiresias»
«El niño y los sortilegios»

Con “Parade” convertida en adaptación de culto, en 1981 le pedirán reproducir algo igual de moderno para la trilogía de Stravinsky a la que pertenecen “La consagración de la primavera”, “El ruiseñor” y “Edipo Rey”. Un trabajo exigente y polémico por la falta de entendimiento entre Hockney y el coreógrafo Jean-Pierre Bonnefous.

<<Tanto “Parade” como “La consagración de la primavera” me llevaron más tiempo que ninguna de las demás óperas, lo cual es una locura>>.

“Hice unos veinticinco modelos para los sets de Stravinsky y probé en cada uno de ellos la luz, los elementos, el color, todo con la música metida en mi cabeza sin descanso. Cuando pensé que había terminado me tomé unos días y me fui de retiro a un spa de Alemania. El caso es que me llevé la cinta y la seguí escuchando compulsivamente en mi walkman. Allí me di cuenta de que el diseño definitivo no estaba bien y me volví a los cuatro días a Londres para seguir dándole vueltas hasta que, de una vez, mis ojos y oídos me dieron el OK”.

«La consagración de la primavera»

<<Los tres títulos son muy distintos entre sí. “La consagración de la primavera” es totalmente cinética, con bailarines por aquí y por allá. “El ruiseñor” es más convencional, el staff se mueve de manera predecible sobre el escenario, lo cual es un alivio. Y “Edipo rey” es un desafío porque presenta una narrativa musicalizada y completamente estática”>>.

«El ruiseñor»
«Edipo Rey»

La década de los 80 marcará la profundización del artista en nuevas técnicas, dedicando varios años a la producción casi en exclusiva de collage. En 1987, volverá al teatro con “Tristan e Isolda», estrenada en Los Angeles Music Center.

«Creo plenamente en la capacidad de la gente para escuchar con la mirada. El tercer acto de esta ópera dura una hora y media en la que a través de un lento progreso visual intensificamos la reacción de la audiencia. Requiere de paciencia y observación, pero es posible experimentar sensaciones muy intensas gracias a la iluminación. Escuchas y ves la música de un modo más intenso”.

La búsqueda de una inmersión total durante el espectáculo será una prioridad mediante el empleo de la “perspectiva inversa”, un recurso extraído de antiguas pinturas chinas que consiste en la disposición de puntos de vista cónicos, donde los elementos aumentan de tamaño a medida que se alejan del espectador.

«Kerby (After Hogarth)» – 1975

Un ejemplo de esta práctica se encuentra en “Turandot”, el siguiente trabajo para la Chicago Lyric Opera y la San Francisco Opera, estrenado en 1982. De nuevo, encontramos sets admirables de extremo a extremo como si fuesen pinturas colosales donde las luces, el color, las sombras y las texturas potencian la carga dramática de la narración.

El último trabajo de David Hockney en el teatro fue “La mujer sin sombra”, estrenada el mismo año que “Turandot” en la London Royal Opera.

“Lo primero que hice en este proyecto fue un pequeño prototipo que representaba un río como si fuese una serpiente. Dibujé puntos sobre su cauce que me dieron ideas para generar nuevas texturas. Debía representar la naturaleza en estado salvaje y quise hacerlo a través de ellas”.

“Pasé veinte años de mi vida dedicado al diseño de diez óperas. Fue una experiencia maravillosa porque me dejaron bastante carta blanca y nunca me vi haciendo nada que no sintiese que podía hacer. No soy un diseñador profesional. Un diseñador profesional es una persona que de alguna manera ejecuta lo que le piden que haga. Yo nunca entré dispuesto a hacer eso. Siempre estoy abierto a colaborar, a escuchar y a aportar, pero no a recibir órdenes. Si hubiesen querido eso de mi, creo que habrían llamado a otra persona”.

La inmensa aportación de Hockney a la ópera se debe a su pasión por la música y a su forma de trabajar, con esa predilección casi obsesiva por segmentar y construir por capas. Él mismo se define a sí mismo como un collage viviente. Que el teatro se haya mimetizado con sus inquietudes pictóricas alimenta un eclecticismo que lo convierte en un artista único. Aunque su carrera abarque distintas fases dedicadas a las artes plásticas, al audiovisual y la fotografía, es posible identificar en ellas un sentido lúdico que refleja quién es, con esa mezcla de sabiduría, humor e inocencia que muestra aún hoy, a sus 82 años.

“Cuando estoy pintando me siento como si tuviera 30, como Picasso. Cuando no estoy pintando pues me siento… como si tuviera 60 o así.”.

CRONOLOGÍA

«El progreso del libertino» –  1975 / Glyndebourne Festival Opera

«La flauta mágica» – 1978 / Glyndebourne Festival Opera

«Parade» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«Los pechos de Tiresias» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«El niño y los sortilegios» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«La consagración de la primavera» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«El ruiseñor» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«Edipo rey» – 1981 / Metropolitan Opera House NY

«Tristan e Isolda» – 1987 / Los Angeles Music Center Opera

«Turandot» – 1992 / Lyric Opera of Chicago, San Francisco Opera

«La mujer sin sombra»1992 / The London Royal Opera.

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