El escultor y pintor Alexander Calder y el artista plástico Joan Miró forjaron una unión casi mística que los condujo a desarrollar carreras en paralelo con múltiples conexiones. El mundo de los sueños, el subconsciente y la astrología fueron sus principales influencias.
Dos mejores amigos con todo y nada en común. Calder (Filadelfia, 1898 – NY, 1976) destacaba por ser arrollador, extrovertido, natural, carismático, inmenso. Su obra permanece vinculada al expresionismo abstracto.

Miró (Barcelona, 1893-Palma de Mallorca, 1983) era todo lo contrario: menudo, tímido, serio, conservador… Al inicio de su carrera tomaría contacto con el surrealismo y el dadaísmo.

Para hablar de la confluencia artística más mágica de la historia del arte reciente es preciso trasladarse al París de los 20, el paraíso para cualquier artista que estuviese empezando.

“Debo decirte que si tengo que vivir mucho más tiempo en Barcelona, me asfixiaré con su atmósfera”. Miró escribió esta nota a un amigo poco antes de cumplir su sueño de instalarse en la Ciudad de la Luz. A su llegada en 1919, vivió con tal emoción la libertad y el ambiente de los múltiples cafés, museos y galerías que fue incapaz de trabajar durante una larga temporada. París se convertirá en su anclaje, la residencia fija desde donde volver con frecuencia a Cataluña o visitar otros puntos de Francia. Como Miró en esta época, Calder era un recién llegado, otro veinteañero con ganas de comerse el mundo, conociendo todo y a todos. Ambos se encontrarán a finales de 1928.

“La diseñadora Elizabeth Hawes me dijo que tenía que visitar al artista Joan Miró. En 1928 me planté en Montmartre para conocerlo. Vivía en una especie de túnel metálico muy raro, era como una cabaña prefabricada. Fue muy amable conmigo y me mostró una pequeña parte de sus obras, pues acababa de enviar el resto a Bruselas para una exposición. Una consistía en una lámina de cartulina gris que tenía pegados materiales insólitos: una pluma de pájaro, un corcho… Aquello me noqueó. No parecía arte. Posteriormente y coincidiendo con una presentación de mi circo, Miró vino por mi estudio sin avisar. Creo que le interesó. Unos años más tarde, en 1932, al volver a ver la instalación me dijo que lo que más le había gustado eran unos trocitos de papel blanco que parecían revolotear aquí y allá mediante varios alambres de acero con los que yo los sacudía. Parecían palomas aterrizando en los hombros de una figurita que representaba a una bella dama”.


“Miró y yo nos hicimos muy buenos amigos, así como nuestras familias. Me enamoré de su pintura, su color, sus personajes…”

“Mi viejo Sandy. Ese gigante con alma de ruiseñor que sopla móviles, ese ruiseñor que dispone un nido a los móviles, sus móviles frotan la corteza de una esfera de color naranja donde vive mi gran amigo Sandy”.
El estallido de la II Guerra Mundial pondrá tierra de por medio entre ambos artistas, quienes alejados de París continuarán desarrollando sus carreras a pesar de la adversidad. Desde su exilio en el norte de Francia, Miró crea una serie de obras de pequeño formato que serán clasificadas en los años 50 como “Constelaciones” (tomando el título de una de ellas). En 1942 llegarán a NY mediante una operación de contrabando orquestada por el MoMA para organizar una expo.



Entretanto, desde Conneticut, Calder profundizará en un nuevo grupo de esculturas inmóviles realizadas en madera (el ejército le había confiscado todo el aluminio con el que solía trabajar). Dicha serie será bautizada por Marcel Duchamp como “Constellations”.




“Siempre me ha gustado tallar la madera. La abstracción de esta serie procede de mi admiración por mi amigo Miró. También guarda una estrecha relación con los Universes que hice a principios de 1930”.


Amigos del alma creando al mismo tiempo durante la guerra, sin conocer qué estaría haciendo cada uno. Las constelaciones de Calder y Miró fueron expuestas simultáneamente por primera vez en una retrospectiva organizada por el MoMA en 1993. El nexo entre ellas es como un cuento que eleva lo desconocido a la categoría de poesía y magia. El idioma creado por dos estrellas unidas por una fuerza cósmica.
